Mientras
callé, se envejecieron mis huesos
En mi gemir
todo el día.
Salmos
32:3
El candelabro de la recamara
del rey se encendió de madrugada, nuevamente no podía dormir, los soldados que
resguardaban el palacio sabían que cada vez eran más frecuentes su desvelos.
Antes se despertaba para
cantarle salmos a Dios, pero hacía meses que no se escuchaba la música de aquel
arpa que cada día se veía más olvidada. Hacía meses que el rey no sonreía, el
brillo de sus ojos había sido remplazado por ojeras que acompañaban su triste
mirada.
La luz de la recamara se apagó,
y se encendió la luz de aquel cuarto que el rey ya no visitaba.
David, el Rey, abrió la puerta con timidez, sus ojos estaban
llenos de lágrimas y un frio estrangulador viajaba por todo su cuerpo. Levantó
la lámpara que traía en su mano y vio el rollo de la ley que el mismo había transcrito,
junto a él, los Salmos que antes cantaba, aun se veía sobre la mesa uno a medio
escribir que jamás había completado.
Su corazón no podía más con
todo ese dolor, con toda esa vergüenza, con todo ese silencio de tantos meses
callando aquel pecado. Dio unos pasos más y llego al lugar de siempre, era
tiempo de arrepentirse pues era imposible vivir lejos de su Padre.
No arrepentirte de un pecado y no confesarlo a Dios puede ser el error más
peligroso en la vida de un cristiano.
Un pecado no confesado te llevará a dejar de orar, te hará sentir tan
culpable que pensaras que Dios no puede perdonarte.
Dios quiere recordarte en este día que el peor error que puedes cometer
es alejarte de el por creer que no mereces ser perdonado, o por miedo a no
recibir de su amor.
Mientras calles ese pecado, morirás poco a poco, Nuestro padre está esperándote,
no tengas miedo, te aseguro que infieles como somos el está ahí, como todos los
días, atento a nuestra oración, a la espera de nuestro regreso, aunque no lo
merecemos.
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