martes, 19 de noviembre de 2013

Silencios que Matan

Mientras callé, se envejecieron mis huesos
En mi gemir todo el día.
Salmos 32:3


El candelabro de la recamara del rey se encendió de madrugada, nuevamente no podía dormir, los soldados que resguardaban el palacio sabían que cada vez eran más frecuentes su desvelos.

Antes se despertaba para cantarle salmos a Dios, pero hacía meses que no se escuchaba la música de aquel arpa que cada día se veía más olvidada. Hacía meses que el rey no sonreía, el brillo de sus ojos había sido remplazado por ojeras que acompañaban su triste mirada.

La luz de la recamara se apagó, y se encendió la luz de aquel cuarto que el rey ya no visitaba.

David, el Rey,  abrió la puerta con timidez, sus ojos estaban llenos de lágrimas y un frio estrangulador viajaba por todo su cuerpo. Levantó la lámpara que traía en su mano y vio el rollo de la ley que el mismo había transcrito, junto a él, los Salmos que antes cantaba, aun se veía sobre la mesa uno a medio escribir que jamás había completado.

Su corazón no podía más con todo ese dolor, con toda esa vergüenza, con todo ese silencio de tantos meses callando aquel pecado. Dio unos pasos más y llego al lugar de siempre, era tiempo de arrepentirse pues era imposible vivir lejos de su Padre.

No arrepentirte de un pecado y no confesarlo a Dios puede ser el error más peligroso en la vida de un cristiano.

Un pecado no confesado te llevará a dejar de orar, te hará sentir tan culpable que pensaras que Dios no puede perdonarte.

Dios quiere recordarte en este día que el peor error que puedes cometer es alejarte de el por creer que no mereces ser perdonado, o por miedo a no recibir de su amor.

Mientras calles ese pecado, morirás poco a poco, Nuestro padre está esperándote, no tengas miedo, te aseguro que infieles como somos el está ahí, como todos los días, atento a nuestra oración, a la espera de nuestro regreso, aunque no lo merecemos.




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