Vino a él un leproso, rogándole; e hincada la
rodilla, le dijo: Si quieres, puedes limpiarme. Y Jesús, teniendo
misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio.
Marcos 1:40-41
Hacía mucho tiempo que aquel hombre no sentía el
abrazo de otra persona, aquellos días en los cuales sus amigos llenaban su casa
y constantemente tocaban a su puerta habían quedado atrás.
La soledad era su única compañera en los últimos
años, amigos hermanos, hasta sus amores lo habían abandonado al enterarse de su
mal. La lepra lo había consumido en todo sentido, su carne olía cada vez peor y
su rostro era casi irreconocible, pero el mayor daño se había hecho en su alma.
Como todos los días se sentó a un lado del
camino esperando que algún viajero se compadeciera de él y le dejase alguna
limosna, pero ese día sucedió algo diferente, a lo lejos vio a aquel que
limpiaba enfermos, que perdonaba pecados y hacia grandes milagros.
Esta oportunidad no se volvería a repetir, así
que corrió hasta donde Jesús estaba y puesto de rodillas le dijo:
“Si quieres puedes limpiarme”
¿Cuándo fue
la última vez que le dijiste a Dios en tus oraciones “si Tú quieres hazlo”?
El leproso había
sufrido mucho y tenía muchas razones para exigir que se le cumpla su pedido,
pero entendió a quien se dirigía, sabía que la persona que estaba delante de él
era su Dios, sabía que era tan maravilloso que era imposible exigirle algo.
Dios ama los
corazones que le dejan a él la última palabra, aquellos que dicen constantemente
“si Tú quieres hazlo y si no quieres no”
La próxima vez
que estés de rodillas delante de tu Padre Celestial déjale a él la última
palabra, deja que te sorprenda, deja tu orgullo de lado y permite que Dios sea
quien dirija tus pasos diciendo que si o diciendo que no.
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